lunes, 11 de julio de 2016

EPILOGO.- Centauros del desierto

¿Reflexiones?
Con el tiempo transcurrido desde la vuelta a casa, todo vestigio de los días pasados en aquellos parajes, es un golpeteo constante en la memoria, las emociones se agolpan y los recuerdos se amontonan a borbotones, lo que quería guardarme para mí, al final decido ponerlo en una entrada, quizás como conjuro a una necesidad imperiosa de volver a rememorar lo vivido, quizás como un bálsamo a un espíritu inquieto, pero de lo que no tengo duda, es que se hace harto difícil expresar en palabras lo que desprende el alma y el corazón.
No pretendo hacer ninguna crítica, no pretendo dar lecciones, no pretendo convencer a nadie, tan solo es un ejercicio de terapia personal con el fin de poder ordenar todo este temporal de emociones encontradas que tengo, desde que cruzamos la meta en Maadid, tras haber recorrido casi 700 kilómetros en uno de los lugares más hostiles que el ser humano puede encontrar, sobre todo el ser humano occidental, acomodado en nuestro mal llamado "primer mundo".


¿Carrera?
Una prueba deportiva, sí, de eso se trata, de superar una hazaña de grandes dimensiones, por muchos motivos, distancias, condiciones climatológicas, físicas, mecánicas, de esfuerzo y sufrimiento, de dureza y sacrificio, sí, todo eso lo tiene la Titan Desert, no nos engañemos, el 100% de los participantes nos inscribimos por todo eso, ahora bien, lo que no sabemos (al menos en mi caso), es lo que conlleva a nivel humano, a nivel personal, cuando hay ocasiones que el espíritu deportivo se deja a un lado y aparece el espíritu de amistad, de compañerismo, de hermandad, cuando se producen esas circunstancias, la competición carece de sentido, la parte deportiva desaparece y en su lugar es una carrera contra uno mismo, es una carrera con el compañero, es una carrera con el amigo, es una carrera por todos ellos, amigos, compañeros, hermanos, que acabas sintiendo como si fueran parte de tí, que te duelen sus caídas, que te deshidratas con ellos, que sientes el dolor de sus rozaduras, que te abrasan las laceraciones producidas por la ropa, que te emocionan sus rostros desencajados, que lloras cuando los abrazas al llegar a meta, en ese momento es cuando aparece lo que han llamado el "Espíritu Titán". 
Y casi todos lo hemos visto, lo hemos sentido, lo hemos conocido y sobre todo, lo hemos disfrutado y sufrido a partes iguales.
Lo que comenzó como una mera prueba deportiva, extrema, sí, muy dura, sí, pero nada más (y nada menos), con el paso de los días y los kilómetros se ha convertido en una de las experiencias más satisfactorias que haya podido vivir, ayer precisamente lo comentaba con un compañero, creo, sinceramente, que he vuelto distinto de aquellas arenas, no es que tuviera un momento de éxtasis, ni viera la luz al final del túnel ni nada por el estilo, pero sí que cambias la perspectiva en la forma de vivir el día a día.

¿Cuerpo?
Desde el punto de vista físico, sometes a tu cuerpo, ya acostumbrado a muchas horas de entrenamiento, de sufrimiento, de castigo, lo sometes como digo a sus límites, pedaleas durante horas y horas bajo temperaturas propias del infierno, avanzas por terrenos donde las ruedas se pegan como chicle a la arena y parece que una mano misteriosa tira del sillín hacia atrás, las piernas duelen, se resienten, los músculos notan la exigencia a la que los sometes, a veces parece que te estallan, a veces ni te acuerdas de ellos, solamente pedaleas, como un circulo sin fin, una pedalada, otra, una pierna sube, otra baja, ese eterno recorrido que forman las bielas se convierte en parte de tí, ni siquiera piensas, a ratos cuando te das cuenta, estás muy atascado, y resulta que cambiando de piñón, varías esa inercia y vas mejor, pero eso te das cuenta al cabo de unas horas, donde lo único que piensas es en avanzar y seguir la rueda de tus compañeros, o simplemente en marcar el ritmo a los que te siguen. 
Hay momentos en los que te duelen todos y cada uno de los músculos del cuerpo, incluidos aquellos que nada tienen que ver con la mecánica del pedaleo, se resienten los hombros, la espalda, los antebrazos, los dorsales, son horas y horas encima de la bicicleta llevándote al límite, pero aquí no está permitido rendirse, aquí no hay bandera blanca, aquí hemos venido a cruzar la línea de meta, por eso no se acepta otra opción que no sea seguir avanzando, por eso ni te planteas que el dolor que en ese momento te aparece en la rodilla pueda ser algo que vaya a mayores y te obligue a retirarte, no, aprendes a convivir con ese dolor, aprendes que pasados unos kilómetros ese dolor desaparecerá y en su lugar hará acto de presencia otro distinto en cualquier parte del ya castigado cuerpo, aprendes a soportarlo y a seguir con él, aprendes que cuando cruzas la meta, todo se queda atrás.

¿Mente?
La cabeza, la mente, el espíritu, la fuerza de voluntad, llamarlo como queráis, juega un papel primordial, tanto o más como las piernas, yo prefiero llamarlo cabeza, así tiene un sentido más amplio, primero porque este tipo de pruebas te exige tenerla "bien amueblada", es decir, a nadie en su sano juicio se le ocurre venir a algo así, sin un entrenamiento específico; aún viniendo preparado existen muchas posibilidades de fracasar en el intento, pero si no lo estás, entonces sí es una tarea inalcanzable, y por otro lado, tienes que tener cabeza en sentido estricto, tienes que ser tozudo, tenaz, perseverante, indoblegable, tiene que estar totalmente convencido de que puedes hacerlo, porque desde el primer kilómetro, te vas a encontrar una y mil razones para abandonar, una y mil razones para tirar la toalla, una y mil razones para bajarte de la bici y dar por acabada la aventura.
Y la tienes que usar todo el tiempo, la tienes que usar para acordarte de beber aun cuando no sudes, la tienes que usar para comer aun cuando no tengas hambre y el estómago está tan encogido que no admite nada, la tienes que usar para dosificar las fuerzas, la tienes que usar para motivarte en los momentos más duros, la tienes que usar para alegrarte y recordar lo que estás haciendo, la tienes que usar para sentir todas las emociones que te atraviesan diariamente en cada punto del recorrido.

¿Duro?
Sí, ¿durísimo?, también, todos los días, del primero al último, todos los días contemplas algún compañero que no puede más, que su cuerpo dice ¡basta! y que siente la amargura del abandono en sus labios, y tú, cuando eso sucede, tienes momentos de debilidad, se cruzan mil pensamientos por tu cabeza, por un lado te atenaza el miedo de que te suceda a tí, por otro te inyecta la energía de que a tí no te puede pasar, y recorres un mundo en tus pensamientos buscando motivos y argumentos para seguir exprimiendo tus piernas un día tras otro, y siempre encuentras alguno por los que merece la pena seguir avanzando.
Duele lo más profundo del corazón cuando abandonas a un amigo que no puede seguir, duele el alma cuando te subes en tu bicicleta y dejas atrás un compañero que ha tenido que retirarse, se te encoge la vida cuando el desierto se cobra una nueva presa y la hace añicos y tu no puedes hacer nada por evitarlo, una sensación de angustia y pesar te recorre cada poro de tu piel por un compañero al que hace días no conocías, pero que hoy harías todo lo que estuviera en tu mano para que continuara pedaleando a tu lado. Y también rabia, ira, cólera, irritación, explosión incontenida de furia, un sabor de venganza te viene a la boca para decir de forma pueril, que contigo no va a ocurrir, y por cada compañero que dejas atrás, te sientes más obligado a continuar con más ahínco.

¿Rendirme?
Jamás se me ha pasado por la cabeza, nunca, ni por un instante, ni tan siquiera en aquella etapa en la que la gastroenteritis me tenía al borde del desmayo, ni tan siquiera cuando la desolación era nuestra única compañera, ni tan siquiera cuando estábamos exhaustos y con el tiempo mordiendo nuestros talones... y hablando, y comentando con los compañeros, me encuentro en que no soy ninguna excepción, todos pensamos igual, y me quedo con las palabras de Dani Nafría, "Yo no me voy, en todo caso....que me echen" , o sea, que apuramos hasta el último aliento con la intención de acabar y llegar a meta dentro del tiempo de control, y lo logramos, y lo conseguimos todos los días, y nos costó un mundo en alguna etapa, pero lo hicimos.
Se tienen momentos de auténtica dureza mental, de avanzar por un terrible paisaje lunar donde los kilómetros transcurren como en una cinta continua porque el paisaje no varía por muchas horas que pasen, y tienes que buscarte referencias para evitar volverte loco, y tienes que cambiar tu estado de ánimo para no caer en una especie de trance en que todo se reduce a pedalear cada vez más despacio, y tienes que mirar a tus compañeros para animarlos, para animarte, y sacar fuerzas de flaqueza cuando alguno de ellos va al borde del abismo, y hacer un esfuerzo para disimular tu propia fragilidad con el fin de aumentar su confianza y que siga pedaleando, y mentir y mentirte cuando alguno lo está pasando mal y tienes que dar palabras de aliento.

¿Hermanos?
En mi caso fui con dos, uno de sangre y otro de adopción, y esa unión forjada durante años y años y durante kilómetros y kilómetros hace que seamos como uno solo, y que lo que le duele a uno de nosotros nos duele al resto, y que cuando uno desfallece los otros se crecen para que el equipo funcione, y con el paso de los días, de las etapas, de los kilómetros, esa unión se aumenta y se siente cada esfuerzo como propio, y se aumenta la alegría o la tristeza cuando te ves reflejado en la cara de ellos, y la satisfacción de cruzar la meta, etapa tras etapa, se multiplica por tres, y los abrazos hace que nos fundamos en uno solo, y las horas pasadas entre dunas, entre arenas, entre arbustos y matorrales, entre ríos y arroyos, eso, solo se puede explicar a quien lo ha vivido allí, no hay sensación parecida en otro tipo de pruebas ni de paisajes.
Y la familia aumenta con el paso de los días, con tan solo pedalear durante 5 minutos al lado de otro compañero, hace que aparezca otro lazo de unión inexplicable, y estos se van incrementado día tras día, pedalada tras pedalada, y los periodos de convivencia en el campamento acrecientan esa unión, y hay momentos en los que no hace falta hablar durante una etapa para saber como se encuentra tu colega, y ruedas a su lado dando ánimos o simplemente le das conversación para distraer al fantasma interior que todos llevamos dentro.
Y la llegada a meta se convierte en una gesta compartida, y los saludos y aplausos de los que esperan hacen que te eleve el espíritu, y te sientas el más grande, y los momentos previos a cada etapa, rumias los nervios y los compartes con los de tu alrededor, y sientes que lo que pueda suceder en ningún momento te va a tumbar, porque te sientes arropado por todos los que te rodean.

¿Titán?
Pues depende, si lo vemos desde el punto de vista deportivo, por supuesto, somos titanes lo hemos logrado, lo hemos acabado, lo hemos conseguido, no ha sido un camino fácil, ha sido la culminación deportiva de muchas horas dedicadas a entrenar, a muchos sacrificios con un objetivo, a muchos días estirando las horas para poder dilatar el reloj y salir a rodar, porque no es fácil, y aún así, tanto esfuerzo no te garantiza llegar a meta, pero lo hicimos. Pero si te comparas con los críos que hemos visto por aquella zona, o con los pastores de camellos que nos hemos cruzado, o sin irnos más lejos, con cualquier persona que lucha día a día contra una enfermedad, una injusticia, o contra cualquier lacra que tiene este mundo, pues no, simplemente somos unos privilegiados que han podido disfrutar  durante unos días haciendo lo que más les gusta, montar en bici y hacer amigos allá por donde van, y eso, tan solo eso, nos hace ser tremendamente afortunados y hace que merezca la pena todas y cada una de las pedaladas que hemos dado.

....¿nos vemos en el 2017?....